TOLERANCIA Y ACEPTACIÓN RADICAL
El 16 de noviembre fue instituido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como el Día Internacional de la Tolerancia. Esta es una de las muchas medidas de la ONU en la lucha contra la intolerancia y la no aceptación de la diversidad cultural.
Resulta de sobra interesante como, al ser el humano una verdadera “fábrica” de generar significados y de combinar estos con sus experiencias y sesgos para generar nuevos modelos mentales, un aspecto como la tolerancia, lo hemos significado como algo, sin duda, positivo.
Empero vayamos a lo siguiente. La tolerancia se apoya en el noble principio del respeto a lo diferente y que ese respeto puede implicar el mantener una oposición pasiva a algo que no queremos. Esto quiere decir que toleramos cuando en algo no estamos de acuerdo pero permitimos que se manifieste, esta acción va cargada de una resistencia.
En sí, la palabra proviene del latín tolerancia, que significa “cualidad de quien puede aguantar, soportar o aceptar”.
Ahora veamos cómo se integra a la fórmula de significación el hecho de “aceptar”, siendo que ese vocablo implica reconocer las cosas tal y como son. Esto da como un producto una inconsistencia de significados dentro del vocablo “Tolerancia”, toda vez que tolerar implica al mismo tiempo, la no aceptación seguida de una inacción al rechazo. Entonces, cuando reforzamos la idea de tolerancia con la aceptación, se produce esta inconsistencia ya que en realidad no estamos aceptando las cosas o las personas como son, solo estamos considerando una inacción de rechazo.
Esta acción de tolerar puede ser un reflejo de una situación adecuada o inadecuada. Podemos “tolerar” a alguien más por su forma de pensar, por sus rasgos de personalidad, por sus simpatías o filiaciones distintas a las de nosotros, es decir, es una tolerancia de formatos, o podemos tolerar una injusticia, una conducta perniciosa o agresiva por miedo o inconsciencia, esta sería una tolerancia de fondo.
En base a lo anterior, se dice que la tolerancia es un valor moral que implica el respeto íntegro hacia el otro, hacia sus ideas, prácticas o creencias, independientemente de que choquen o sean diferentes de las nuestras, sin embargo, el riesgo es que, cuando se trata de una tolerancia de formato, lo que sucede con nosotros es que consumimos una enorme cantidad de energía al reprimir una emoción inmadura que terminamos por sufrir un desgaste emocional o una manifestación explosiva inesperada, como si fuéramos una olla de presión.
Lo anterior se produce porque no nos detenemos a asimilar con profundidad y convicción que más que el derecho de ser distintos, realmente todos somos distintos y que en lugar de tolerar nuestras diferencias requerimos aceptarlas radicalmente. Aceptar radicalmente implica que tengo la convicción de esas diferencias y que todos son como son, yo soy como soy y de ninguna forma los demás debieran ser como yo o yo como ellos.
Bajo esta convicción de aceptación es que nuestro panorama se amplía, toda vez que lo limpiamos de resistencias artificiales creadas por un rechazo interior. Esto en verdad es ampliar nuestra consciencia y potenciar nuestro libre albedrío.
El camino de mayor poder para desarrollar la aceptación radical implica explorar las prácticas de atención plena. En ellas las inconsistencias se evidencian y se exponen al influjo de nuestra decisión personal y consciente.